La culpa

Casi todo el mundo ha experimentado en alguna ocasión el sentimiento de culpa, esta emoción negativa que a nadie le gusta experimentar es necesaria para la correcta adaptación a nuestro entorno. Algunos autores coinciden en definir la culpa como un afecto doloroso que surge de la creencia o sensación de haber traspasado las normas éticas personales o sociales especialmente si se ha perjudicado a alguien.

La culpabilidad surge ante una falta que hemos cometido (o así lo creemos) y su función es hacer consciente al sujeto que ha hecho algo mal para facilitar la reparación. Su origen tiene que ver con el desarrollo de la conciencia moral que se inicia en nuestra infancia influida por nuestras diferencias individuales y educativas.

Existen dos tipos de culpa:

Culpabilidad sana: aparece como consecuencia de un perjuicio real que le hemos causado a alguien. Su utilidad reside en ayudarnos a respetar las normas y no perjudicar a los demás. En este caso funciona como un castigo moral por no cumplirlas.

Culpabilidad mórbida: no ha existido ninguna falta objetiva que justifique dicho sentimiento. Este tipo de culpa es destructiva y no ayuda a adaptarnos al medio. Cuando la culpa no cumple su función adaptativa puede estar relacionada con alteraciones psicopatológicas o puede estar asociada a elevados niveles de perfeccionismo.

Dicho esto, debo añadir que la culpa es un sentimiento tan habitual en nosotros, por ser el reactivo a nuestros enjuiciamientos, por lo tanto proviene de nuestras creencia subconscientes no reconocidas. Es decir, no hay culpa sin enjuiciamiento.

Si escogemos no enjuiciar, no culpar, ni criticar, ni levantar falsos testimonios, ni opinar cuando no nos lo han pedido, estamos escogiendo liberarnos de la culpa.


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